Breve Historia de Boyá,
Republica Dominicana
Por Tony
Pina
Al nordeste de Santo Domingo, en la ruta de acceso al promontorio
montañoso denominado Parque Nacional de Los Haitises, seis kilómetros después de
la ciudad de Monte Plata, se encuentra ubicado Boyá, un pueblito trescientos
once (311) años más antiguo que la misma República Dominicana cuya proclamación
de Independencia data del 27 de febrero de 1844.
La
palabra Boyá (1) es de origen taíno, aunque su significado no ha sido del todo
definido. El vocablo puede que guarde algún tipo de relación con la abundancia
de ríos de la demarcación o con las condiciones altibajas de las tierras o
pastos comuneros rodeados de montañas, donde establecieron morada definitiva los
remanentes de los aborígenes de la isla La Española.
El lugar asemeja una mesopotamia por estar situado en medio de ríos. Hay
quienes no descartan, como el escritor norteamericano Gary Jeninings, en su
novela Azteca, que el nombre Boyá significa “ríos y
montañas” (2), como efectivamente son las características de los predios de la
zona. Sin embargo, no hay estudio al respecto que sugiera con certeza la razón
por la cual se bautizara con ese nombre la vieja comarca.
El
valor histórico y la fundación del pueblito guarda estrecha relación con el
destino de los primeros pobladores o nativos de Haití o Quisqueya y, por vía de
consecuencia, con la construcción de una iglesia católica que data del 1543,
época en que España expandía sus dominios sobre las nuevas tierras conquistadas
en el Nuevo Mundo.
La
iglesia, construida de ladrillo y adobe al estilo de los demás edificaciones y
monumentos de su género levantados por los conquistadores en América, ha
resistido a través de los siglos las embestidas de huracanes y terremotos, y,
salvo contadas reparaciones hechas en muy distantes fechas, aún se mantiene
imponente como testimonio imborrable del catolicismo español, y ¿por qué no
decirlo? como señal patética de crueldades, olvidos y miserias de tiempos
pasados que, no obstante, se arrastran hasta nuestros días.
Sobre
el origen del templo y las razones para su construcción en una villa de contados
vecinos y relativamente lejana al asiento del gobierno español establecido en la
ciudad de Santo Domingo, hay una prolífica documentación histórica que con
atinada sustentación permiten asegurar que Boyá fue el último reducto de los
aborígenes de isla.
En algunos documentos y publicaciones, sin embargo, se ha vertido mucha
desinformación que más bien parecen fábulas, como si la historia fuera novela.
Empero, tales escritos no resisten el más mínimo análisis bibliográfico y, como
todo lo falso, se derrumba y ya jamás vuelve a levantarse.
El
nombre Boyá comienza a aparecer en las crónicas coloniales justamente después
del acuerdo de paz suscrito entre España y Enriquillo, el cual puso fin a la
primera sublevación indígena de América en contra de los abusos e injusticias de
los conquistadores, estado de barbarie que llegó a su máxima expresión con el
sistema de encomiendas o repartos de indios que comenzó a verificarse en La
Española a partir de 1511.
El
armisticio efectuado en 1533 dio lugar a la aparición de Boyá como territorio
para el asentamiento definitivo del último reducto de los aborígenes de
Quisqueya. Empero, con el surgimiento de Boyá moría la raza indígena, un hecho
que trasciende las fronteras de la isla, desborda los linderos de América y
perpetúa en la cima de la universalidad histórica ese barroso terruño situado en
la jurisdicción de la provincia Monte Plata.
Fray
Bartolomé de las Casas, uno de los más connotados cronistas de la época y
testigo de excepción de los hechos acaecidos durante la Conquista, es quien
primero señala concretamente al pueblo de Boyá, en su Historia General de
Indias, cuando comenta las incidencias del acuerdo de paz firmado entre
el capitán español Francisco Barrionuevo y el cacique Enriquillo (3).
Las Casas sostiene que el nombre de Boyá, como demarcación o paraje ya
existente en la isla que los aborígenes llamaron Quisqueya, fue determinado por
el propio Enriquillo para congregarse con los suyos, unos cuatro mil indígenas
de un total de aproximadamente más de un millón que habitaban la isla hasta el 5
de diciembre de 1492, a raíz de la llegada de los españoles.
En consecuencia, como comunidad o lugar habitado por personas en el
territorio de La Española -y posteriormente a la fundación de la República- con
el nombre de Boyá sólo ha existido el caserío situado a poco más de medio
centenar de kilómetros de de Santo Domingo.
El padre Las Casas precisa que la Corona, representada en su gobierno de
ultramar, que lo era la Real Audiencia de Santo Domingo, y expresa disposición
en ese sentido dada por el rey Carlos V, convino con Enriquillo y los escasos
indios que sobrevivieron a los catorce años de rebelión en el Bahoruco, en que
éstos fueran a vivir en los predios que ellos mismos eligieran (4).
Contrario a Las Casas, Fray Cipriano de Utrera es de opinión -aunque sin ningún
documento probatorio ni señalando ningún texto bibliográfico- que Enriquillo
después de la paz del Bahoruco “entonces se fue con los suyos a Boyá, en las
proximidades de la villa de Azua” (5). Para Utrera ese acontecimiento se llevó a
efecto en 1533, el mismo año de la firma del acuerdo de paz.
El
historiador José Gabriel García riposta ese juicio en su Historia de Santo
Domingo, al afirmar que Enriquillo se estableció en
Boyá, “la comarca situada a 65 leguas de la ciudad de Santo Domingo por
recomendación del padre Bartolomé de Las Casas, a quien el indio acogió como su
protector”. Y sigue diciendo García en su obra señalada: “El cacique moriría
dos años después, en 1535, a causa de la tuberculosis crónica que padecía,
agravada en los fragores de la contienda bélica” (6). Cabe destacar que sólo hay
coincidencia entre Utrera y García en torno la fecha en que se produjo la muerte
de Enriquillo.
Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista de la Colonia establecido en
México después que Hernán Cortés fuera proclamado emperador de Nueva España, en
su Historia
Natural de Indias escrita en 1548, recoge en sus
páginas que el santuario de Boyá, en la isla de Santo Domingo, fue construido
por disposición del rey Carlos V algunos años después al fallecimiento de
Enriquillo “en honor a la fe católica del indio”.
Y, en
efecto, el padre Las Casas corrobora esa aseveración cuando afirma que
Enriquillo aceptó la fe católica durante su breve estancia en Santo Domingo
después de los hechos bélicos del Bahoruco, a ruegos de él y otros sacerdotes
dominicos que oficiaban misas en la Catedral Santa María la Menor, la primera
iglesia de esa categoría construida en el Nuevo Mundo.
De su
lado, Manuel de Jesús Galván, en su célebre novela “Enriquillo”, indistintamente habla de Boyá como morada
definitiva de los indios incondicionales al cacique Enriquillo. En su renombrada
obra encontramos por primera vez el nombre de Santa María de Boyá, lugar que
define “como asilo sagrado, donde al fin el cacique, su esposa Mencía y sus
fieles seguidores disfrutaron de paz y tranquilidad” (8).
Específicamente, Galván destaca que camino a Santo Domingo después de la
misa celebrada en la iglesia de Azua, el tránsito de Enriquillo, su esposa
Mencía y sus incondicionales guerreros “fue una serie ininterrumpida de
obsequios, que como a porfía les tributaban todas las poblaciones”, y a
continuación acota que “en la capital les hicieron fastuoso recibimiento y
entusiasta ovación las autoridades, el clero y los vecinos, todos manifestando
el anhelo de conocer y felicitar al venturoso caudillo”.
Más adelante, Manuel de Jesús Galván apunta lo siguiente: “Las
capitulaciones suscritas en el Bahoruco fueron fielmente guardadas por las
autoridades españolas, y Don Enrique pudo elegir, cuando le pudo, asiento y
residencia en un punto ameno y feraz, situado al pie de las montañas del Cibao,
a una corta distancia de Santo Domingo”.
Y de inmediato señala que en ese lugar fundó Enriquillo el pueblo que
aún subsiste con el nombre de Santa María de Boyá, donde por disposición del rey
Carlos V jamás sufrieron los indígenas las hostilidades a que fueron sometidos
por los españoles desde el momento mismo en que Cristóbal Colón pisó tierra en
Quisqueya.
“Hasta el término de sus días ejerció Don Enrique (Enriquillo) señorío y
mixto imperio sobre aquella población de cuatro mil habitantes (que a ese
guarismo quedaron reducidos los indios de la toda la isla)”, recoge en sus
páginas Galván en su novela Enriquillo.
Ciertamente Enriquillo, de acuerdo a los cronistas y los más fehacientes
testimonios de la época, murió dos años después de establecerse con los suyos en
Boyá.
“Sobrevivió poco tiempo a su bello triunfo, y fue arrebatado por la
muerte al amor y la veneración de los suyos, y a la sinceridad estimación y el
respeto de los españoles”, asegura Galván en su
obra.
Otro aspecto importante en que Galván coincide con Las Casas es el
relativo a la construcción de la iglesia en Boyá. Mientras el dominico Las Casas
dejó escrito para la posteridad que el rey Carlos V dio instrucciones a sus
súbditos en La Española para que se respetara la integridad física de los indios
y se les ofrecieran facilidades de vida, Galván asegura que por diligencia de
Mencía fue posible la construcción del santuario y, sobre ese particular,
precisa: “Su bella y buena consorte llegó a la ancianidad, siempre digna y
decorosa, dejando cifrada su fidelidad conyugal de un modo duradero en la linda
iglesia de Boyá, construida a costa de Mencía para servir de honroso sepulcro a
las cenizas de Enriquillo”.
Respecto a la construcción del santuario católico de Boyá no se tiene
una fecha exacta, pero se ha establecido por las referencias históricas de los
cronistas que ya existía para 1548. (Las Casas y Oviedo escribieron sus
Historias de Indias en los años subsiguientes al 1540).
Para el período de las Devastaciones del Gobernador Antonio Osorio, en
1605, que dio lugar al surgimiento de Monte Plata y Bayaguana, con la
destrucción de las hoy desaparecidas demarcaciones Bayajá y Yaguana; y de Monte
Cristi y Puerto Plata -quienes lograron sobrevenir-, con el objetivo de proteger
los hatos ganaderos de esos territorios costeros de la isla de los desmanes de
filibusteros y bucaneros, el pueblo de Boyá era el más habitado de la
demarcación, de acuerdo al historiador Frank Moya Pons en su Historia Colonial
de Santo Domingo (9).
Respecto a la disposición de España de construir el santuario en Boyá,
como bien señala Las Casas, hay que convenir que Mencía jugó un papel de primer
orden en la consecución de ese objetivo y sus diligencias hechas en ese sentido
y apoyadas en los padres dominicos encontraron eco de inmediato en los regentes
locales del gobierno español.
Otros acontecimientos acaecidos en la isla durante la Conquista también
fortalecen la hipótesis de que el caserío de Boyá fue el cementerio de los
aborígenes de Quisqueya, como fue la orden dada por la Corona a través del
gobernador de Cuba, Diego Velázquez, a Cortés cuando se hizo a la mar a la
conquista de México, luego de que Juan Grijalva explorara las costas de Belice y
Yucatán, para que el navegante repatriara hacia Santo Domingo y Cuba los
primeros indígenas capturados.
El propósito de España era repoblar ambas islas tras el exterminio
masivo de sus aborígenes a que fueron cruelmente sometidas durante las primeras
décadas de la colonización.
Cortés, quien con anterioridad se desempeñó como escribano u oídor del
cabildo de Azua, desoyó las instrucciones dadas por Velásquez tan pronto llegó a
la Isla de Tris, luego llamada Isla de Términos, hoy conocida como Ciudad del
Carmen, en el actual Estado de Campeche, en el Caribe mexicano.
El aventurero español, al observar la riqueza y cultura mayas, con
modernas edificaciones enclavadas en apartados y montañosos lugares de su
territorio, quemó las naves para justificar su imposibilidad material de
regresar a Santo Domingo y cumplir con las disposiciones recibidas.
Al contrario, Cortés ensanchó sus dominios en otras demarcaciones de la
civilización maya hasta llegar a Tecnotithlán, llegando incluso a pactar con
Moctezuma para enfrentar las tropas españolas enviadas por Diego Velásquez desde
Cuba desde que éste tuvo conocimiento de la insólita insubordinación de su
protegido.
Sin embargo, años después Cortés convino en la repatriación a La
Española de algunos mayas capturados debido a la insistencia de España de
procurar la repoblación indígena de la isla tan cruelmente diezmada por sus
implacables huestes.
En este punto hay versiones contradictorias respecto a si se materializó
o no repatriación hacia La Española. Oviedo, en su obra ya citada, asegura que
“algunos aztecas capturados en la península de Yucatán fueron trasladados a
Santo Domingo y radicados en el caserío de Boyá” (10). Mientras, Las Casas, ya
establecido en Cuba, refiere “que no hubo constancia de embarcos de indios
mejicanos a La Española, a pesar del interés de España en que se cumpliera ese
mandato”.
En la iglesia de Boyá está una lápida construida debajo del altar,
escrita en lengua taína, donde figuran algunos nombres de indígenas que murieron
en la comarca y que fueron sepultados en el templo, entre ellos la cacica
Mencía, esposa de Enriquillo. No se puede asegurar, sin embargo, si los demás
indios que allí recibieron cristiana sepultura fueran súbditos del cacique
Enriquillo o pertenecieran a los mayas traídos a la demarcación.
De comprobarse que los restos que reposan en esa lápida son de
aborígenes aztecas, éstos serían los primeros aborígenes del Nuevo Mundo
confinados a otra tierra distinta a la suya en cultura, lengua, costumbres y
clima.
Boyá,
pueblito dormido en el tiempo y el olvido, sirvió de cementerio a una raza que
pagó con su vida la decorosa osadía de enfrentar hasta la muerte la barbarie y
la opresión del intruso e insaciable verdugo español.
(*) Breve
Historia de Boyá, escrita por Tony Pina, periodista e investigador dominicano,
es una recopilación de datos y fuentes bibliográficas del período de la
Conquista realizada tanto en República Dominicana como en México.
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