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viernes, 27 de abril de 2018

La invasión norteamericana a la República Dominicana (1965) y el debate revolución/contrarrevolución


En este artículo nos proponemos analizar, a partir de las jornadas revolucionarias de abril de 1965 en República Dominicana y la posterior invasión norteamericana a la isla, como se profundizó y dio continuidad al debate en curso a nivel continental acerca del pasado, presente y futuro de la revolución y contrarrevolución en América Latina.
Palabras clave: Caribe, invasión, Guerra fría, nacionalismo, comunismo

Introducción
La herencia de la era Trujillo, la Alianza para el Progreso, la OEA, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, el principio de no intervención y el intento de  organización de una fuerza militar interamericana, fueron alguno de los muchos tópicos planteados en la coyuntura. En la Argentina el gobierno estaba dividido, mientras la sociedad se tensaba entre quienes defendían la intervención de los militares argentinos en el conflicto como parte de la lucha en la “guerra subversiva” y las declaraciones y movilizaciones obreras y estudiantiles con un claro signo antiimperialistas. A su vez, quienes impulsaban la posición intervencionista lo hacían desde dos perspectivas distintas: ambas partían de una clara orientación anticomunista, pero diferían en lo concerniente al alineamiento pronorteamericano. Intentaremos en el análisis no perder de vista el cuadro de situación general en el que estaban inscriptas estas dos perspectivas, y al mismo tiempo brindar algunas claves explicativas de un momento sin duda decisivo en la historia latinoamericana contemporánea.

Los hechos
Gregorio Selser[2] en una voluminosa compilación ha intentado documentar como se reaccionó en Estados Unidos y en Iberoamérica frente a lo que dio en llamar “la tercera guerra sucia”. La primera se desarrolló en Guatemala a partir de 1951, alcanzando su clímax en 1954 con el derrocamiento de Jacobo Arbenz. La segunda tuvo por escenario la Bahía de Cochinos en 1961 mientras la tercera se inició a fines de abril de 1965 con el desembarco de los marines norteamericanos en la isla de Santo Domingo.
El 24 de abril se inició el levantamiento contra el gobierno militar de Reid Cabral, quien en 1963 había depuesto al presidente Juan Bosch, electo por más del 60% de los votos, suspendiendo la vigencia de la Constitución aprobada ese mismo año. Los acontecimientos se agravaron con el correr de las horas. El bombardeo ordenado sobre la capital por el general Wessin para defender la continuidad del “Trujillismo sin Trujillo” no logró doblegar a los rebeldes. Jóvenes oficiales como el coronel Francisco Caamaño Deño se sumaron indignados al levantamiento, que contaba con la aprobación y el entusiasmo de la mayoría de la población, volcada a las calles para reclamar por el retorno de Bosch y la vigencia del texto constitucional. Las tropas de Wessin se replegaron y la capital quedó en mano de las milicias populares encuadradas por oficiales rebeldes. La llegada de Bosch parecía inminente, pero el día 28 el presidente Johnson decidió, de manera unilateral, el desembarco de tropas de su país para garantizar la vida y los bienes de los ciudadanos norteamericanos. La invasión fue “aprobada” por la Organización de Estados Americanos (OEA) tras arduo debate. Finalmente, la rebelión constitucionalista dominicana fue derrotada por las fuerzas extranjeras, que antes de retirarse generaron las condiciones para el ascenso del gobierno de uno de los otrora incondicionales de Trujillo, el Dr. Joaquín Balaguer.

La revista Panorama y los debates sobre la “Operación Ayacucho”
En junio de 1963, con el sello de Abril y Time - Life Editores, apareció el primer número de la revista Panorama. Se trataba de una publicación que junto con semanarios como Primera Plana o Confirmado, buscaba la modernización del discurso periodístico en Argentina, al estilo de Newsweek en Estados Unidos o Der Spiegel en Europa. Apuntaban a captar un nuevo público, perteneciente a una clase media ampliada a partir de los procesos de industrialización de las últimas décadas, con niveles importantes de escolarización y que otorgaban a lo cultural un lugar de reconocimiento. Un público que según las pautas de consumo inducidas por la publicidad se interesa por el automóvil, las buenas bebidas y el aspecto varonil del cabello; y que además se supone presta atención a las últimas novedades en materia de cine, teatro, literatura y plástica. Le interesa estar informado sobre los grandes sucesos de la época y desentrañar las claves de la realidad nacional e internacional o al menos aparentar estar al tanto de las mismas.
Bajo la dirección de Jorge De´Angelis, Panorama de nuestro tiempo presentaba secciones estables de las cuales nos interesa destacar: a) Cartas de los lectores, b) Carta del director, que funcionaba a modo de editorial, con una presentación resumida de la justificación de los principales temas abordados en el número, c) Panorama cultural, en la que se pasa revista a los principales eventos del mundo cultural, incluyendo reseñas de libros, análisis musicales sobre discos y presentaciones de obras en vivo, crítica teatral y apreciaciones sobre espectáculos de la televisión local, d) Argentina, con artículos de fondo sobre los aspectos más variados de la problemática nacional; e) Una sección referida a una zona geográfica, como Extremo Oriente o América Latina,  o a un país determinado como la URSS, Perú, Estados Unidos o China; f) Panorama del Mundo, en el que mediante notas breves se da cuenta de acontecimientos científicos, políticos o militares que se producen diseminados en la superficie del planeta y cuya gravitación sobre el curso general de los acontecimientos se suele presentar y g)  la infaltable sección de moda.
Inscripta en el período de la Guerra Fría, Panorama asumía un discurso claramente anticomunista y pronorteamericano. En el número 3 se puede leer un reporte sobre México titulado: “La Plaza fuerte de los comunistas”.[3] La nota comienza subrayando que la presencia de Fidel Castro en Cuba es la prueba más evidente de la “penetración comunista” en América Latina, pero no la única. “En remotos rincones del continente –continúa la nota- hay lugares en que los rojos controlan efectivamente la región, o están a un paso de hacerlo” como sería el caso del Estado de Michoacán en México, la “plaza fuerte” del ex presidente Lázaro Cárdenas, quien a los 68 años se conserva como el “ardiente izquierdista”  que treinta años antes nacionalizó las compañías petroleras extranjeras. Aunque el gobernador impuesto por el PRI es de “sólida tendencia anticomunista” los rusos han logrado consolidar su influencia en terrenos como las escuelas rurales, por ello con alarma se denuncia  que en Michoacán existe mayor cantidad de mapas de Rusia que de México y en Morelia el Instituto cultural soviético-mexicano tiene más arraigo que su homólogo norteamericano-mexicano.
La confrontación Este-Oeste aparece sobredeterminando todos los conflictos locales y regionales, aun cuando éstos se presentan en apariencia muy alejados del antagonismo comunismo-anticomunismo. Para Panorama la Guerra Fría es la clave de lectura que permite comprender la lógica en la que se inscribe el torbellino de acontecimientos que configura la escena contemporánea, por tanto la misión de la revista es suministrar un conjunto de información que a través de la organización con que es presentada la misma permita a los lectores develar el verdadero sentido de los sucesos y actuar en consecuencia. Coherente con este planteo en marzo de 1965 la tapa de la revista presenta a un soldado y a un niño, la primera imagen lleva por título “La Argentina va la guerra”, la segunda “Su hijo, ese desconocido”. Para la editorial se trata de la representación simbólica de un mundo que se debate entre amenazas y esperanzas: la intervención de la Argentina en la guerra no tendría otra finalidad que la defensa de los niños, del futuro. Pero ¿de qué guerra estamos hablando?
La nota  presenta al periodista Mario Bernardo de Quirós como corresponsal de guerra: los lectores se anotician que la Argentina acaba de participar en una contienda cuyo teatro de operaciones estuvo a varios miles de kilómetros de Buenos Aires, habiendo pasado inadvertida para la opinión pública. La participación argentina se desencadenó a partir de “un legajo ultra secreto de más de doscientas páginas” en el cual el General Germán Pagador Blondet, comandante en jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas del Perú, solicita la intervención de los militares argentinos ante la sublevación de “un sector del pueblo peruano, en su mayoría proletarios, estudiantes, indios, mineros y campesinos”, que por el control de la república. El cronista se apura a mencionar que: “al parecer los revolucionarios habían recibido apoyo del exterior”.  Se trata entonces de una guerra nueva, o mejor dicho de una nueva doctrina de guerra. Quirós plantea que desde el triunfo de la revolución Cubana ya no hay países, sólo existen dos mundos. Se modifica el concepto de soberanía y la Argentina debe involucrarse además, porque así lo establecen los pactos militares interamericanos de asistencia recíproca.
La fuerza militar actuante en Perú respondía a un comando unificado al mando de un general peruano, con un estado mayor integrado por un representante de cada país. Un total de 10.400 hombres fueron movilizados el 6 y 7 de diciembre de 1964 con el nombre de Operación Ayacucho.[4] Los norteamericanos levantaron en Cochan, a 29 kilómetros de Lima, el campamento que habría de servir de base para el conjunto de las fuerzas y fueron a cada uno de los países a buscar a los soldados para poder realizar el ejercicio, sólo los argentinos llegaron por sus propios medios, en cinco aeronaves procedentes de Buenos Aires. Todo parecía transcurrir en un auspicioso clima de camaradería y fraternidad entre las distintas fuerzas armadas, cuando noticias llegadas de Lima dan cuenta de bombas y protestas populares en la ciudad en repudio a la Operación Ayacucho. Esto obliga a suspender el desfile militar que se había planeado realizar en una de las grandes avenidas de Lima como coronación de la operación, el cual termina haciéndose en la ruta Panamericana en medio del desierto.
Sin duda, la Operación Ayacucho fue un ejercicio político-militar en el cual se desplegó el concepto que la soberanía ya no se regía por límites geográficos sino por “sistemas de vida” y que su tutela corresponde a la coalición militar que pondría en acción el TIAR. Sin embargo la pregunta que surge es por qué un ejercicio que se había producido el 6 y 7 de diciembre de 1964 se transformó en noticia de tapa de una revista de actualidad del mes de marzo de 1965. Aquí es necesario señalar que la preocupación por la coyuntura no estuvo ausente al momento de publicarse la nota, ya que si bien habían pasado varios meses desde la realización del operativo militar la próxima Conferencia Interamericana de la Organización de Estados Americanos convocada para el 20 de mayo en Río de Janeiro, volvía a colocar sobre la mesa de negociaciones el proyecto impulsado por los Estados Unidos de conformar una fuerza militar interamericana para intervenir en los conflictos internos de los distintos países del continente. Tras lo que se suponía era una crónica de un corresponsal de guerra emergía en realidad todo un programa de intervención militar en América latina en el contexto de la Guerra Fría.

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Las críticas no se hicieron esperar. En el número de abril de 1965 se publicó, con el subtítulo “Gastos militares”, la carta de una lectora de la provincia de Buenos Aires en la que afirma que los editores de la revista “no deberían prestar sus páginas a artículos como “Argentina va a la guerra” donde se hace una vergonzante justificación del derroche inútil que nuestros militares parecen haber tomado como profesión”, invitando a poner en discusión el presupuesto estatal destinado a las Fuerzas Armadas y el uso, o mejor dicho el mal uso, que éstas hacen del mismo. En mayo del mismo año se publica, bajo el subtítulo “Operación Ayacucho”, una carta dirigida al director por un lector de Mendoza. En la misma sin rodeos se dice: “Su revista ha desperdiciado doce páginas en comentar e ilustrar el Operativo Ayacucho, que como argentino no me enorgullece”. Entiende que la guerra contra el comunismo obliga a erradicar la miseria y el hambre, a promover la cultura y no con millonarios gastos para “ejercicios inútiles”[5], concluyendo que hubiese sido más honroso gastar aquellos recursos en construir una escuela rural.  En el número de julio de 1965  aparece la respuesta. Una señora de Santo Tomé (Santa Fe) reivindica “la infinidad de obras” que realizan las Fuerzas Armadas, afirma que cada unidad del Ejército apadrina una escuela y considera que el operativo Ayacucho “demostró que ninguna política foránea nos podrá sacar nuestra soberanía”[6]. En septiembre el intercambio epistolar continúa y Martín Peña de Santa Fe replica a la “Señora que parece conocer solamente un aspecto angelical del ejército Argentino”, le sugiere entonces que visite los calabozos, que pase un día en un cepo y que sufra 14 meses de servicio militar “irracional”, que “fomenta en cierto modo la delincuencia juvenil” pues nadie quiere emplear a jóvenes que luego deben ausentarse para “aprender” a defender a la patria o para ser utilizados como “sirvientes” por la oficialidad. La conclusión es contundente y refleja sin duda lo que piensa una franja importante de lectores: la “marea marxista-castrista-leninista” no se la detiene con un operativo Ayacucho sino “con leyes sociales más justas”[7].             La polémica continúa en los meses siguientes. Toman la palabra los militares,  poniendo en circulación un discurso negador de la realidad, maccartista y mesiánico que se proyectará más allá de mediados de los sesenta. Así por ejemplo, un teniente de la Compañía de Esquí de Mendoza expresa su asombro con la mención del cepo en los calabozos de campaña, asegurando que ese “así como otros instrumentos de torturas fueron abolidos por la asamblea de año 1813 y quemados en plaza pública”[8] y que los “sirvientes” son ciudadanos aprovechados de manera racional para defender nuestra soberanía.
De esta manera, la sección Cartas de lectores se convirtió en un canal en el que, a partir de la reseña de la Operación Ayacucho, se desplegó una confrontación de opiniones acerca del destino de los fondos públicos, del tipo de instrucción que brindaban las fuerzas armadas a los conscriptos, sobre la racionalidad  del servicio militar y sobre la fisonomía que debería adquirir la guerra contra el comunismo. Los artículos de fondo de la revista eluden esta discusión, sin embargo acontecimientos como los de República Dominicana y la omnipresente Guerra Fría obligaban a Panorama a elaborar una estrategia  discursiva que, sin desconocer el costado social de la lucha contra el “marxismo-leninismo-castrismo-maoísmo”, reafirmara la línea que ve en el protagonismo de las Fuerzas Armadas un factor fundamental de la contención y erradicación de lo que se describe en términos de amenaza comunista.
En este contexto: ¿qué tratamiento se da a los sucesos de Santo Domingo de 1965, como se analiza la intervención unilateral norteamericana o cual es el papel que le cabría en la crisis a la OEA y a la ONU? No encontramos elementos para responder a estas preguntas. Para expresarlo de una manera provocativa, parafraseando el título de un polémico libro de Baudrillard, podríamos afirmar que para la revista Panorama el desembarco de los marines norteamericanos en Santo Domingo no ha tenido lugar.
Mientras en la Argentina se abría un amplio debate sobre la crisis dominicana, la OEA intentaba generar alguna acción en torno de la cuestión y el tema de la invasión era denunciada en la Naciones Unidas, la revista Panorama en su tapa del mes de mayo se refería a temas como la nueva moral en el matrimonio o la presencia de monjes budistas en Comodoro Rivadavia. No hay mención alguna, en ninguna de las secciones de la revista, a lo que está sucediendo en la isla del Caribe. En el editorial se intenta justificar el silencio guardado en torno de los acontecimientos de República Dominicana y su proyección en el resto del continente. Se dice entonces que la revista busca alejarse de la crónica, del relato ininterrumpido de lo que acontece, para ahondar en la historia. Se opone crónica a historia, mientras la primera es entendida como la descripción de los fragmentos, la segunda demanda un trabajo de síntesis, de interpretación que devela lo acontecido. Para cubrir de alguna manera este hiato se redactó el artículo “Los nuevos planes de Fidel Castro”, que intenta ser una reconstrucción “subjetiva pero sugestiva, del presumible estado mental del líder cubano, en un hipotético día de comienzos de junio, frente a una avalancha de informes procedentes de sus agentes en los países que rodean el mar Caribe”. De esta manera se propone un ejercicio (“con la ayuda de la fantasía”) de “historiografía”, referido a acontecimientos tan cercanos como los de Santo Domingo, asumiendo “el riesgo de cometer errores de juicio y de suscitar polémicas e irritación”[9]. El ejercicio propuesto es un ensayo de lo que hoy se conoce como “teoría de lo juegos”, en el cual se intenta con la información disponible deducir cual será el comportamiento futuro de los actores. Este tipo de trabajo, propio de los servicios de inteligencia, pocas veces trasciende al lector común, aquí es presentado como “una reconstrucción imaginaria pero rigurosa”.
En síntesis, para la revista Panorama no interesa conocer los sucesos ocurridos en la República Dominicana, estos no poseen entidad en sí mismos. Antes y después del 24 de abril de 1965 existía y existe la guerra fría, la naturaleza de esta no se ha modificado o lo que es más grave e inexplicable aún, la derrota del coronel Francisco Caamaño ha dejado sin embargo en mejores posiciones a los críticos del poder norteamericano y los comunistas, lo que a permitido a Fidel Castro poner en movimiento una nueva estrategia de alcance continental para terminar con “el mundo libre”. Panorama no discute sobre los derechos que le asisten al depuesto presidente electo por el voto popular Juan Bosch de recuperar el gobierno, no discute sobre la violación a la Carta de las Naciones Unidas y de la OEA  al intervenir militarmente los Estados Unidos de manera unilateral, no discute sobre la movilización popular anti-imperialista que se gestó en nuestro país y a nivel continental para impedir el envío de tropas que legitimen los atropellos al derecho internacional que buscaba imponer la doctrina Johnson. Para Panorama estamos frente a un no-acontecimiento, reemplazado por un acontecimiento original: el conflicto Este / Oeste.

Primera Plana y las interpretaciones sobre la crisis dominicana
Osiris Troiani, jefe de redacción de la sección “El mundo y América”, del semanario Primera Plana, publicó en septiembre de 1965  un libro sobre los sucesos de la República Dominicana, donde recoge un conjunto de textos escritos al ritmo de los acontecimientos y destinados a distintas publicaciones del continente. La tesis del autor que atraviesa todo el libro, es que la crisis del pequeño país caribeño no tiene su origen fronteras adentro, sino que el factor desencadenante fue el interés de Estados Unidos por crear una fuerza regional de policía en la reunión interamericana convocada en Río de Janeiro en mayo de 1965. Troiani sostiene que los jefes de la rebelión constitucionalista, el coronel Caamaño y el ex-presidente Juan Bosch, “fueron instrumentos concientes o inconcientes de aquella política de largo alcance”,[10] descartando de plano la caracterización de la invasión norteamericana a Santo Domingo como un “error”, y considerando que la misma tenía por finalidad institucionalizar la “acción colectiva” para legitimar las prerrogativas que Estados Unidos se reservaba en función de la Doctrina Monroe. Troiani define su postura como iberoamericana, opuesta a un panamericanismo servil a la voluntad unilateral de los Estados Unidos. Sin embargo subraya que la hegemonía norteamericana en el continente responde a una premisa simple: “no se ha inventado ninguna argucia jurídica que impida a una potencia ocupar un vacío político”. De nada sirve protestar contra la dependencia sino se generan las condiciones materiales para transformarla ya que, para el autor, la autodeterminación no se obtiene apelando a la declamación, sino que responde a un mapa de relaciones de fuerza que habilita la posibilidad o no de la autonomía frente a las dos grandes potencias. En este contexto Troiani se manifiesta a favor de negociar con Estados Unidos “cediendo en esto para compensarnos con aquello, es preferible a ser negociados por otra potencia que disputa a los Estados Unidos”[11].
El nacionalismo iberoamericano debe oponerse al “satelitismo”, debe reivindicar la patria chica, pero también la grande, “debe distinguirse enérgicamente del comunismo”, dado que para él “la época de las revoluciones de clase ha pasado”. Se tornaba imperativo forjar una sólida alianza entre Iglesia, Ejército,  Universidad y la capacidad empresaria. Aun cuando Washington insistía en aplastar cualquier manifestación crítica que no sea comunista, apostaba a sostener otra voz contra el subdesarrollo, centrada en movimientos policlasistas que pudieran servir de polo de atracción para evitar que  los pueblos sean tentados a tomar “el atajo comunista”[12].
En esta perspectiva, el autor se dedica, en la primera y segunda parte del libro, a repasar los acontecimientos más relevantes de las jornadas de abril y mayo, proponiendo una revisión crítica de los distintos argumentos que circularon respecto de las características que asumían los bandos en pugna. Se deja enfáticamente en claro que la invasión se produjo con la excusa de proteger y rescatar a los ciudadanos norteamericanos que se hallaban en suelo dominicano. Una vez cumplida esta tarea el gobierno estadounidense denunció la existencia de un complot comunista en la isla y buscó identificar a estos con los constitucionalistas. Troiani no duda en calificar la especie de fábula y poner de relieve el papel jugado por el New York Times [13] y el New York Herald Tribune para desmontar dicha operación. Incluso Newsweek, que había aplaudido el desembarco, pasó a reprochar al gobierno un listado de errores básicos, entre ellos sostenía que “la lista de 58 prominentes líderes comunistas y castristas” que supuestamente controlaban el bando de Caamaño “era disparatada.”[14] Además agregaba la sensación que recogió en su entrevista con Caamaño y con Héctor Aristy, secretario general del gobierno integrante del Partido Evolucionista: “la impresión general era la de estar frente a un grupo de estudiantes en vacaciones, que juegan a la revolución” y más adelante aclara que el movimiento del 24 de abril tiene su origen  “en una impaciencia generacional, teñida de idealismo”. Los jóvenes buscaban remover a los que accedieron a la función pública en la época de Trujillo. El propio Caamaño da tu testimonio al respecto: “la permanencia de esa gente facilita el avance del comunismo; había que eliminarlos, junto con sus abusos, para evitar que el comunismo explotase la situación e instalase una tiranía” [15]
En el texto el fantasma del comunismo se presenta como el burdo enmascaramiento de los verdaderos objetivos del Departamento de Estado: la puesta en práctica de una fuerza policial interamericana. Este proyecto resistido durante décadas era aprobado en la OEA el 6 de mayo de 1965 con los votos estrictos de los dos tercios. Varias dictaduras militares, el representante dominicano del derrocado gobierno de Reid Cabral, los Estados Unidos y la Argentina votaron afirmativamente. Venezuela se abstuvo. México, Chile, Perú y Uruguay lo hicieron en contra. “Iberoamérica capitulaba ante la Doctrina Monroe”. El autor transcribe las declaraciones del vicepresidente Humphrey, que exteriorizan francamente el parecer de su gobierno: “Pronto se producirán otras revoluciones en el continente y  los Estados Unidos podrían perder a todos sus amigos si se ven en la obligación de intervenir constantemente. Confiamos, por lo tanto, en que se encontrará pronto un medio para que sea la OEA quien intervenga.”[16] Pero la “acción colectiva” no se piensa tan solo para repeler agresiones, sino también para prevenir; no se aspira a operar sobre actos, sino también sobre amenazas. Osiris Troiani subraya que así se introduce en el Derecho Internacional elementos claramente subjetivistas, podemos agregar que dichos elementos constituyeron un antecedente de lo que hoy se denomina “guerra preventiva”.
En un principio la “acción colectiva” era contemplada en caso de agresión en suelo americano de un enemigo extracontinental, como por ejemplo la Alemania nazi. En 1961 Rómulo Bentancurt logró que este principio en la reunión de San José de Costa Rica se redefiniese para ser aplicado a favor de la democracia representativa y contra una dictadura de derecha como la de Trujillo. En julio de 1964 el canciller argentino, Miguel Angel Zavala Ortiz, desplegó el argumento de la “guerra subversiva”: por las características con que fue planteada podía darse el caso que una simple denuncia de un servicio de inteligencia fuera suficiente para dar por probada la existencia de la misma.
Pero lo más preocupante para el autor era constatar que la “acción colectiva” habilitaba a una indisimulada intervención extranjera. En la parte tercera del libro, sugestivamente  titulada “Desembarco en la Argentina”, Troiani encuentra en el enfrentamiento entre azules y colorados en 1962 y 1963 una situación análoga a lo ocurrido en 1965 en la República Dominicana. Y si de lo que se requiere es de la detección de la amenaza comunista, esta parece estar a la orden del día. En la prensa política de Buenos Aires “abundan los testimonios de una infiltración marxista en el peronismo” e incluso Jules Dubois podría demostrar que el general Juan Carlos Onganía “es un instrumento de Moscú, como Caamaño en Dominicana, porque luchaba por los derechos electorales de un partido aliado al comunismo.”[17] Si Washington lo requiriese no habría duda de que e la prensa de todo el continente ligaría la fracción azul del ejército con los designios comunista de la guerra subversiva, tal como había sucedido ya con Bosch y Caamaño. En el libro se insiste con el papel jugado por el gobierno argentino y su posición a favor de la integración de una fuerza militar multinacional. Sin embargo no se formula la pregunta acerca de porque a pesar de la postura original favorable de Argentina, el país finalmente no envió tropas a Santo Domingo.

Recapitulación y desenlace
La generación de consenso en Argentina, en el resto de América latina y en el propio Estados Unidos en torno de los sucesos de Santo Domingo, obligó a la revista Panorama a soslayar los acontecimientos como estrategia editorial a los efectos de intentar mantener en forma coherente un discurso que denunciara sistemáticamente la “infiltración comunista” como agresora permanente de la paz americana, cuya garantía de vigencia reside, en última instancia, en los guardianes del “mundo libre”: las tropas norteamericanas. Por su parte, el periodista de Primera Plana Osiris Troiani, debe apelar a un insustancial “nacionalismo iberoamericano” para tomar distancia de la política abiertamente  intervencionista, inocultablemente reñida con el Derecho Internacional, llevada  adelante por Estados Unidos en Santo Domingo con proyecciones continentales. Sostener un discurso de rechazo al comunismo pero articulado con una lectura realista de las relaciones inter-estatales a nivel mundial, lo obligan a reivindicar una necesaria “negociación” con la super-potencia occidental para mantener a los países latinoamericanos al margen de las influencias del mundo socialista.
Las cambiantes razones aducidas por el Departamento de Estado para justificar el desembarco en el Caribe se demuestran falaces e inconsistentes frente a las evidencias publicadas por la propia prensa norteamericana. De allí la necesidad de la reconfiguración de los discursos que rechazan el comunismo, rescatan el papel rector de los Estados Unidos en el “mundo libre” y pretenden incidir sobre una franja de la ciudadanía que cuenta con insumos informativos que no pueden ser desconocidos. Sin embargo, en Argentina hay un sector muy influyente que se pronuncia de manera incondicional en favor de la doctrina Johnson y del diseño intervencionista del Pentágono: las Fuerzas Armadas.
El coronel Abraham Granillo Fernández publicó un volumen en la Biblioteca del Oficial destinado al análisis de la revolución dominicana de abril de 1965 y su proyección. La Biblioteca del Oficial es una publicación del Círculo Militar, creada en 1917 y que contaba, a mediados de los sesenta, con unos 8.000 suscriptores nacionales y extranjeros. Destina su acervo al “esclarecimiento de las ideas y aportando conocimientos susceptibles de actualizar y acrecentar la aptitud profesional de los oficiales de nuestro ejército, en relación con las nuevas exigencias que les impone la entrada en escena de la guerra subversiva desatada por el comunismo internacional en las naciones libres”[18]. Para el autor, las jornadas revolucionarias vividas por el pueblo dominicano en abril de 1965 constituyen “un episodio más de los protagonizados por la subversión comunista en los países latinoamericanos”, que contaría con “un plan perfectamente diseñado”,  y cuya finalidad sería “el aislamiento estratégico de los Estados Unidos”[19], su contendiente en la “guerra fría”. Granillo Fernández parte de la convicción de que los “elementos comunistas” que participan en un movimiento revolucionario no se dan a conocer como tales hasta después del triunfo. Una vez instalados en el poder “sólo podrían ser desalojados del mismo mediante la actuación de fuerzas foráneas”. En la República Dominicana este caso no ha llegado a producirse, primero, porque la rebelión encontró resistencia en las fuerzas armadas; y después, “por el oportuno desembarco en Santo Domingo de efectivos de la infantería de marina de los estados Unidos”[20].  Como no puede ser de otra manera, Caamaño Deño era un nuevo Fidel Castro,  el levantamiento dominicano el intento de establecer una nueva Cuba, y el intervencionismo estadounidense el gran desbaratador de la confabulación del comunismo internacional.
El 6 de mayo de 1965, los representantes de la República Argentina en la OEA, votaron a favor de solicitar a los Estados miembros el envío de “contingentes militares, navales, aéreos o de policía, con el fin de formar con ellos una fuerza interamericana”. El Ministro de Relaciones Exteriores, el de Defensa y el ejército se inclinaban por el envío de tropas. La Cámara de Diputados de la Nación se declaró en contra de la invasión norteamericana. La Confederación General del Trabajo, las Universidades de Buenos Aires (UBA) y del Litoral (UNL), y el movimiento estudiantil nucleado en la Federación Universitaria Argentina (FUA),  se pronunciaron en contra de la violación de la soberanía dominicana, manifestando su oposición al envío de tropas.
Por esos días, el canciller argentino Zavala Ortiz difundía por radio y televisión el siguiente mensaje: “Si tanto se declama para criticar la actitud de Estados Unidos, movilicemos esa dignidad nacional para que no siempre aparezcan los Estados Unidos como el único país que hace algo por otros, o, cuando menos que impide la expansión de la guerra revolucionaria en el mundo”[21]. El Consejo Superior de la UNL, presidido por el Ing. Cortés Plá, condenó la agresión estadounidense, y se opuso al envío de jóvenes argentinos y de cualquier otra colaboración que signifique avalar la agresión al pueblo hermano, expresando también su discrepancia con la actitud seguida por el gobierno desde el inicio de la crisis. La CGT calificó de “titubeante” la política del gobierno y contraria a la tradición de respeto al derecho internacional en materia de autodeterminación de los pueblos.
En suma, el gobierno estaba atravesado por las posiciones existentes en el seno de la sociedad, no pudiendo ignorar una creciente movilización antimperialista que recorría los sectores populares y medios. Finalmente no fueron enviadas tropas argentinas al Caribe, pero en el saldo del conflicto debe computarse la pérdida de la vida de un estudiante universitario[22].


Notas:
[1] Universidad de Buenos Aires - Universidad Nacional de Rosario, República Argentina.
[2] Selser, 1966.
[3] Panorama, Nº 3, agosto 1963, Buenos Aires, pp. 73 y 74.
[4] La composición desagregada del contingente era: 5.250 peruanos, 1.350 norteamericanos, 240 venezolanos, 212 argentinos, 210 paraguayos, 190 bolivianos y 180 colombianos.
[5] Panorama, Nº 24, mayo 1965, Buenos Aires, p.6.
[6] Panorama, Nº 26, julio 1965, Buenos Aires, p.12.
[7] Panorama, Nº 28, septiembre 1965, Buenos Aires, p. 10.
[8] Panorama, Nº 31, diciembre 1965, Buenos Aires, p. 24.
[9] Panorama, Nº 26, julio 1965, Buenos Aires, p.17.
[10] Troiani, 1965: 7.
[11] Ibíd.: 9.
[12] Ibíd.: 10.
[13] El New York Time reprochó al presidente Johnson su “lenguaje de 1898 en 1965” y comparó la invasión con la de 1916.
[14] Troiani, 1965: 57.
[15] Ibíd.: 60 y 61.
[16] Ibíd.: 73.
[17] Ibíd.: 114.
[18] Granillo Fernández, 1966: 16.
[19] Ibíd.: 11.
[20] Ibíd.: 12.
[21] La Capital, 12/05/1965.
[22] “Un muerto y muchos heridos han causado los sucesos de anoche” en La Capital, 13/05/1965, pp. 6 y 21.

Bibliografía:
Baudrillard, Jean (1992). La guerra del golfo no ha tenido lugar, Barcelona: Anagrama.
Granillo Fernández, Abraham (1966). Biblioteca del Oficial. “Bodas de oro” 1916 – 1966. Buenos Aires: Círculo Militar.
Selser, Gregorio (1966). ¡Aquí Santo Domingo! La tercera guerra sucia. Buenos Aires: Palestra.
Troiani, Osiris (1965). Dominicana: solo para adultos. Buenos Aires: Jorge Alvarez Editor.


[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:
GUEVARA, Gustavo, (2012) “La invasión norteamericana a la República Dominicana (1965) y el debate revolución/contrarrevolución”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 10, enero-marzo, 2012. ISSN: 2007-2309.
Consultado el Viernes, 27 de Abril de 2018.
 . Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=371&catid=14[/div2]

Pecarina delsur.

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