Anochece, un viento con alas tristes revolotea sobre la cabaña perdida
en la soledad distante de la cordillera central. Nosotros cansados de la larga
caminata que del Alto de la Rosa
hasta el Macutico hemos realizado, organizamos los equipajes, dentro del
refugio, mientras miramos de vez en cuando hacia el camino esperando ver llegar
a los compañeros que se quedaron rezagados en el valle infinito de nunca jamás,
alguien del grupo grita bien alto aleeertaaaaa, aleeertaaaaa, es el modo de
comunicarnos con los que vienen rezagados; ya que en estos parajes desolados el
viento multiplica la voz y retumba en la lejanía, sí el otro grupo nos escucha
responde de la misma manera, ahora sólo el silencio nos responde.
Este trayecto lo he hecho varias veces y sé que es difícil y agotador pero
hermoso y mágico, lo disfruto al máximo. Ya son las siete de la noche, hace
frío y empieza a oscurecer, nos sentimos preocupados por los compañeros que se
quedaron atrás, ya en la cocina un grupo prepara la comida, tenemos hambre no
hemos comido nada desde la mañana, sólo una merienda a las dos de la tarde, el
grupo ha sido fuerte, los muchachos no se han quejado, unos van rumbo al río a
buscar agua y los demás buscan leña para la fogata con uno de los guías.
Desde la ventana del refugio veo como los demás guías se alejan en la
oscuridad, llevan los animales a comer algo, no muy lejos de donde nos
encontramos hospedados.
Ya las primeras estrellas empiezan a coquetear en el cielo con la luna y
a lo lejos se oyen voces de alegría, y un aleeeertaaaaa esperanzador, es el
grupo que quedó rezagado que ha llegado al río, donde el equipo de agua llena
los galones para el uso de mañana, eso nos da más tranquilidad, ya estamos todos
juntos, ahora un baño cae bien y después a comer, más tarde la evaluación del
trayecto, el acostumbrado conversatorio, el chiste necesario y a dormir, la
caminata de mañana también es fuerte,
del Macutico, al Pico Duarte, a la Compartición
cualquiera deja el forro, ya que después de una larga caminata y bajar la loma
del Barraco, uno se encuentra con la pelona, que se muestra desafiante e
imponente ante la mirada incrédula del cansado caminante que hace esta travesía
por primera vez.
Son las ocho de la noche ya la fogata arde en una esquina del
campamento y la comida casi está. La neblina empieza a vestir de blanco el
valle, trae con ella el misterio ancestral de lo desconocido, nos acurrucamos
unos a otros junto a la fogata, el frío
es terrible, la noche parece absorbernos en sus misterios, en esta soledad nos sentimos tan
pequeños y desvalidos, tan poca cosa, que nos damos cuenta que en la infinita
vastedad del universo no somos nada y empezamos a buscar la compañía de algún
compañero (a) para sentirnos protegidos, alguien se atreve y hace algún cuento de
fantasmas o muertos y Cristian protesta y se escurre en la cocina.
La caseta del Macutico tiene tres habitaciones dos dormitorios y la
sala, en las cuales preparamos las frazadas y las bolsas de dormir, ya cada uno
tiene su espacio en donde pasará la noche que se perfila muy fría, en la cocina separada a unos cuantos metros del
refugio, los guías preparan un té de jengibre para el frío, la fogata arde
alegremente, ya se hizo la evaluación, del trayecto, y tratamos como siempre el
tema central de la actividad, junto a la fogata nos queremos más, nos sentimos hermanados,
nos acercamos tanto que sentimos el calor de la piel del compañero (a) que
tenemos al lado, sentimos la necesidad de protegernos unos a otros, en estas
caminatas crece el sentimiento de la solidaridad y se hacen relaciones que
perduran en el tiempo.
Los guías nos llaman para tomar el té de jengibre que es bueno para
ahuyentar a los duendes del frío, volvemos con ellos a la fogata y los
escuchamos contarnos mil historias de fantasía, sobre fantasmas, difuntos y
Ciguapas que a ellos les ha tocado vivir, en su largo trajinar por esas vastas
soledades de la cordillera central, ya es hora de dormir nos despedirnos, cada
uno se dirige al lugar donde pasará la noche, a veces sentimos temor es por eso
que buscamos la compañía secreta del que duerme a nuestro lado, yo me detengo
un rato entre la cocina y el refugio y miro al cielo al cual no le cabe una
estrellas más, tanta belleza es indescriptible, aquí se siente, se parpa la
presencia de Dios, es indescriptible la
sensación que siento en el Macutico, en donde el silencio aletea entre la
sombras y la neblina y espanta el canto
de las insectos nocturno y se queda entre nosotros hasta el amanecer y se hace
cómplice del frío que nos muerde la piel.
Yo siempre guardo la esperanza de volver a recorrer esos caminos
perdidos en la distante soledad del parque nacional José del Carmen Ramírez.
Nos acomodamos, me percato de que todos estén en el lugar que le
corresponde a cada uno y les recuerdo que mañana a las cinco de la mañana debemos
levantarnos para prepararnos para la jornada del día siguiente.
Esta narración es un homenaje a todos los que me han acompañados en
esta ruta, Sabaneta, (San Juan) la Ciénaga , (Jarabacoa)
DOMINGO ACEVEDO.
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